No es fácil ni está exenta de contradicciones y retrocesos la conversión en socios estratégicos de dos países como Colombia y Venezuela, que se han pasado la mayor parte de su vida republicana en un traumático proceso de delimitación. La terrestre copó más de cien años de la relación binacional, de 1830 a 1941, y dejó la sensación de pérdida territorial que ha marcado las seis décadas de negociaciones de límites marítimos. Menos fácil parecería ser el acuerdo de delimitación marítima por parte de dos gobiernos que marchan en direcciones políticas opuestas. No obstante, y por fortuna, ha cambiado notablemente el contexto de la relación entre ambos países.
Además del aumento del comercio binacional, que ha superado los altos niveles de los años 90, está planteada la construcción de obras de infraestructura y de zonas de integración fronteriza, que habían permanecido paralizadas por décadas, y se han abierto cuatro proyectos energéticos de enorme envergadura.
El primero, el gasoducto transguajiro, que desde octubre del 2007 permitirá a los dos países compartir sus reservas de gas y articularse hacia Panamá – Centroamérica. El segundo, la venta de gasolina venezolana a las poblaciones fronterizas colombianas a precios preferenciales para controlar el contrabando, que concita en la actualidad los esfuerzos binacionales para superar los obstáculos que impiden su concreción.
El tercero, los negocios de mutua conveniencia: la autorización de Colombia para la compra venezolana de las acciones de la empresa colombiana de petróleo, ECOPETROL, en Monómeros, el interés de la empresa Transportadora de Gas del Interior de Colombia de asociarse con la empresa venezolana de petróleos, Pavesa, y la propuesta de Chávez para que ECOPETROL invierta en la exploración del crudo pesado en el Orinoco y para que Colombia asesore a Venezuela en la producción de biocombustibles a partir de palma africana.
El proyecto más importante apunta a la construcción de un oleoducto por el Caribe, o desde los llanos, que le facilitaría a Venezuela sacar su petróleo por el mar Pacífico hacia la China, pasando por Colombia, o incluso de un ferrocarril, que además llevara carga y pasajeros y sirviera de conexión interoceánica y con Ecuador.
De llegar a feliz término esos proyectos, tendremos a los dos opositores ideológicos unidos por el fuerte cordón umbilical de la energía, la infraestructura y el comercio. Este entendimiento ha llevado a enunciar temas antes impensables. Uribe acepta la mediación de Chávez en el acuerdo humanitario con las Farc. Chávez habla de la posibilidad de retornar a la Comunidad Andina, de la que salió en abril del 2006, y de la necesidad de resolver el diferendo limítrofe en el golfo de Venezuela.
Los dos estados han empezado a ver que la frontera no es sólo fuente de problemas, sino que tiene poblaciones compartidas, interacciones ambientales, energéticas, económicas, sociales y culturales mutuamente ventajosas. Que cuando uno sanciona al otro, como sucedió cuando el caso Granda, termina auto sancionándose, pues son tantas las interdependencias que no se puede pensar la frontera sino en términos binacionales.
Colombia y Venezuela podrían estar viviendo lo que en su momento experimentaron Argentina y Chile cuando acuerdos energéticos y de conexión interoceánica los convirtieron en socios estratégicos y en esa condición les fue más fácil resolver litigios territoriales que habían hecho tortuosa su vecindad. No es fácil. Las contradicciones entre ambos gobiernos son sustantivas y pueden saltar con ocasión del proceso, fracaso o logro del acuerdo humanitario. La oposición venezolana más recalcitrante para atacar a Chávez puede tomar como bandera nacionalista el rechazo al arreglo. El antichavismo en Colombia puede enceguecer a más de uno. Ojala prime la sensatez y los dos países por fin asuman su vecindad sin el bloqueo y la desconfianza que introduce el diferendo limítrofe.
jueves, 16 de octubre de 2008
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